DE PINGA[ZOS]: UN BANQUETE PARA LECTORES BELLACOS

por: Daniel Torres

Una invitación a los polvos:
de pinga[zos]: Antología gaybiqueer de cuento y cómic pornoerótico

de pinga[zos]: Antología gaybiqueer de cuento y cómic pornoerótico, editada por el escritor puertorriqueño Max Chárriez para la Editorial La Tuerca, es todo un banquete para lectores bellacos. Esta atrevida invitación a los polvos no llega a ser necesariamente literatura sólo de “mano izquierda”.  No se trata del sexo por el sexo sin más, aunque hay algo de eso en los veinte cuentos y un cómic, sino de un trabajo literario de calidad más allá de su por demás osada temática y propuesta editorial.  Pingazo a pingazo (y por qué no también mamada a mamada y culazo a culazo) recorremos las combinaciones de cuerpos masculinos, con algunos agentes catalíticos femeninos, pero todos queer en su dimensión de diversidad sexual.  Los textos fueron escritos por Jesús Suárez, Ángel I. Figueroa, Charlie Vázquez, E. J. Nieves, Ramón E. Martínez Piñago, Peter M. Shepard-Rivas, Joey Colón, Radamés Vega, David Caleb Acevedo, H. Roberto Llanos, Edgardo Guerrero, Arnaldo Alicea, Alexis Pedraza, Amir Baquer, Max Chárriez, Francisco J. Cartagena Fernández, Benito Ponte, Dennis C. Villanueva Díaz, Eduardo García y Julio A. García Rosado y el que suscribe, Daniel Torres.



Este grupo de escritores gaybiqueer, como los define el título de la antología, cierran filas para ofrecernos un exquisito lenguaje de descripciones del acto sexual en contextos urbanos y rurales de varias orillas (la Isla y el resto del mundo) donde se ha cuajado la experiencia latina y diaspórica contemporánea.  Es decir, el libro no se limita a una literatura escrita por puertorriqueños insulares sino que se abre a espacios y geografías continentales tanto en el norte como en el sur, donde converge inevitablemente el espacio de la Isla desde donde salen o a donde llegan los personajes de estos cuentos y el cómic.  La imagen del viaje es una constante porque libera a los narradores para hablar de aquello que muchas veces no es factible en los medios locales.  Y este criterio de libertad en el deseo surca todo el volumen en sus 187 páginas.

Con una breve introducción del antólogo Max Chárriez se nos enmarca la antología a través de un testimonio de vida: “A los dieciocho años empaqué y me fui a Nueva York” (7).  Se trata de ese salto obligado del charco que todo gay boricua que se respete alguna vez debe dar para salir del entorno familiar conocido y experimentar así otras fronteras y cauces.  La confesión de Max se nos torna metafórica para todo el libro porque gracias a ese salto se hace posible la libertad de estos textos que, sea narrados en las islas del Caribe o en la orbe neoyorquina o en la ciudad de San Francisco así como en Salamanca, España o en Santiago de Chile, nos dan algunos ejemplos de otros lugares y ángulos desde los cuales se conciben estas historias.

Llama la atención un cuento como “Bajo el reloj de la plaza mayor” de Ángel I. Figueroa, donde el narrador nos cuenta su despertar a una aventura gaybiqueer desde un cuerpo femenino a otros masculinos, por medio de la sorpresa de la experimentación erótica en una de las ciudades más bellas de las Españas.  O la obra maestra “Macoríx” de Eduardo Guerrero, una narración poética digna de la mejor literatura regional hispanoamericana, pero homoerotizada en todos sus contextos: “Mi piel magullada se extasió con el roce de los brazos de mi primo Brugal, que al agarrar las riendas de Mibero, rasparon mi torso descamisado” (106).   Así también lo hace “Mi negro” de Arnaldo Alicea con las narraciones antiesclavistas del siglo XIX: “Tenía propuesto convertirlo en algo más que mi esclavo” (119).  En estos dos cuentos volvemos sobre la tradición de las grandes narrativas nacionales para desmontarlas y dejar ver en sus resquicios, la relación de una burguesía latifundista con sus subordinados o subalternos, que reescriben el pasado de nuestro Caribe uno y diverso, en los espacios de la hacienda decimonónica homoerotizando esos discursos heteronormativos y nacionales o nacionalistas.

Otro cuento que salta a la vista en el grupo es “Feitiço (magia)” de Peter M. Shepard-Rivas, donde el narrador nos entrega el encuentro de dos hombres en la Placita de Santurce. Vamos viendo poco a poco cómo “una noche de copas, una noche loca” (como dice el refrán), se torna en el fetiche del tabaco que se sopla por todos los lados entre dos cuerpos totalmente erotizados: “El humo nos arropa con más fuerza…  Me coloco cerca de tu cara para sentir el calor de la mecha junto a mis bolas y, enloquecido por la bellaquera, me masturbo tan rápido que duele” (69).  Y este tour de force gay de la noche de barra o discoteca buscando buen sexo entre hombres es la tónica de otros dos cuentos como: “Abel, mi héroe” de Jesús Suárez, y “No le dije adiós” de Max Chárriez.  En el primero se encuentran un tejano divorciado con un hijo y un latino gay asumido ya, y en el segundo, tenemos al yo narrador buscando su consabida presa en una barra o discoteca cualquiera: “Lo vi entrar.  Cualquiera diría que lo esperaba porque me pasé la noche pendiente a la puerta” (137).  El olor a deseo como una invitación deliberada a los polvos se transforma en la metáfora que construye todo de pinga[zos]: Antología gaybiqueer de cuento y cómic pornoerótico.  Y hasta cierto punto este adjetivo podría haberse pluralizado porque no es sólo el excelente cómic el que es pornoerótico sino toda la colección con sus gráficas y deliciosas descripciones del amor/sexo entre dos hombres y una mujer o entre un hombre y una mujer mientras el hombre piensa en otro hombre, como en “Donde caben dos caben tres” de E. J. Nieves.

Hay otra serie de narraciones de los efebos que aprenden con los hombres mayores de las artes de los pingazos, es el caso de “Proyecto de lujuria” de Alexis Pedraza o “La pesquisa del Webmaster” de Joey Colón, donde el espacio virtual del internet se convierte en terreno fértil para buscar esa conquista perfecta del Webmaster que lo elude hasta que un buen día le hace caso al personaje: “Aparece el Webmaster.  Se lanza hacia el abismo negro de la desesperación; no puede evitarlo” (77).  Otras narraciones lidian con la pérdida de la inocencia y la afirmación de un yo queer, como en el preclaro fragmento de novela de nuestro David Caleb Acevedo, “El oneronauta” o las de puro sexo, como ese “Lienzo chocolatoso” del cachondo H. Roberto Llanos, donde el color de la piel también es un signo de identidad sexual asumiendo el estereotipo racial y celebrándolo.  “Las hijas de Lot según el marqués de Sade” de Radamés Vega es una excelente exégesis bíblica del criterio de hospitalidad para la destrucción de Sodoma y Gomorra, así como el incesto de Lot con sus hijas, como uno de los tabúes ya rotos desde los tiempos sagrados de la Biblia.

Exquisitos son también los relatos donde la loca mantiene al bugarrón (“Rafael ya no va a llegar” de Dennis C. Villanueva Díaz), o los coqueteos con los machos (“Elián” de Ramón E. Martínez Piñango), la experiencia sexual de la cárcel (“Sebastián” de Amir Baquer), el niño que se transforma en la diva Sara Montiel con las ropas y los afeites de una tía para erotizarse (“Verde esperanza” de Benito Ponte), el sobrino que complace a toda la familia porque su pinga es portentosa (“Visita a mis tíos” de Eduardo García) y el típico gay que quiere con amigos dizque heterosexuales, como el cómic pornoerótico “El mejor pana del mundo” de Julio A. García Rosado con unos dibujos precisos en la línea de cuerpos haciendo el amor en la lujuria.  También tenemos esta obsesión del gay con el hetero en “Un sueño al deseo de sus cuerpos” de Francisco J. Cartagena Méndez, donde Alfredo se hace objeto del deseo de un aprendiz de escritor que le escribe versos.  “En la ciudad de los muertos” de Charlie Vázquez asistimos a un Comala gay en el cual el personaje se encuentra con lo esotérico.

Celebro la publicación de esta antología por Editorial La Tuerca, que va perfilándose ya como una de las mejores editoriales jóvenes de Puerto Rico y avanza a la vanguardia ofreciéndonos un espacio abierto para la publicación de textos como éste, donde se cumple lo que nos dice Foucault en el epígrafe del volumen: “La sexualidad forma parte de nuestro comportamiento, es un elemento más de nuestra libertad” (11).  Aclaro también que este es un libro para lectores gaybiqueer y otros curiosos, para erotizarse y embellacarse sin tapujos de ninguna especie.  Hay que llegar a sus páginas con una actitud abierta y libre para poder degustar los suculentos manjares literarios que nos ofrece, incitándonos también a ser lectores participantes y activos en la lógica de las acciones de sus respectivas tramas.  Se trata de gozar leyéndolos y de disfrutar entre palabras todos los efectos de estos pingazos delirantes que ya se nos presentan prefigurados en los dos cuerpos entrelazados en un beso lujurioso de la portada, y acaban en los dibujos del cómic pornoerótico como una buena película pornográfica para un miércoles por la noche, después de una larga jornada de trabajo a mitad de semana, invitándonos a los polvos...


Daniel Torres

Ohio University