ENTRE LA HOMOSEXUALIDAD, CRISTIANDAD, PREJUICIOS Y LA CAZA DE BRUJAS


por Rafael Monserrate

De forma frecuente miembros de grupos minoritarios que no gozan de la simpatía mayoritaria han sido estereotipados como representantes de peligro para los miembros más vulnerables de la mayoría. Por ejemplo, los judíos eran acusados en la edad media de asesinar a bebés cristianos en rituales de sacrificio. De igual manera, los hombres negros en E. U. eran frecuentemente linchados luego de ser acusados falsamente de violar a mujeres blancas.

El miedo, los prejuicios y visiones estereotipadas han sido utilizados históricamente como justificaciones para perseguir y atacar a aquellos que no nos agradan o que son diferentes. Los prejuicios hablan de un juicio u opinión preconcebida que muestra rechazo hacia un individuo, grupo o actitud social (1). Gracias a los prejuicios se han perdido miles, quizás millones de vidas a través de la historia de la humanidad. Estos fueron los causantes, durante la edad media, de la muerte de miles de mujeres que fueron quemadas vivas o ahorcadas tras ser acusadas de ser brujas. Su único pecado fue no conformarse con los roles tradicionales que les asignaban en una sociedad machista regida por la iglesia. Irónicamente, dos de las opositoras más activas contra los derechos LGBT en Puerto Rico, la senadora María Charbonier y la pastora Wanda Rolón, quienes han presentado visiones estereotipadas y prejuicios para sustentar sus posiciones, reúnen las características de personalidad para que según los criterios de esa época fuesen acusadas de ser brujas.
Pero agraciadamente los tiempos han cambiado, o al menos eso creemos. En eventos recientes, en Puerto Rico, sectores cristianos y conservadores han sustentado su oposición ante proyectos en consideración de la legislatura para ampliar derechos a personas LGBT desinformando y presentando argumentos prejuiciados y visiones estereotipadas. Los proyectos en consideración proponen prohibir el discrimen por razones de género y orientación sexual en lugares de trabajo, y expandir la protección de las leyes de violencia doméstica a personas LGBT.


En uno de estos eventos la senadora María Charbonier equiparó la homosexualidad con la pedofilia. Desconocemos si la senadora vive este prejuicio, o si desinforma intencionalmente. Existe amplia evidencia disponible para todos en la internet que aclara que la pedofilia no es problema de una preferencia exclusiva. La Asociación Psicológica Americana ha establecido que, "(los) hombres homosexuales no son más propensos a abusar sexualmente de los niños que los hombres heterosexuales." (2). Gregory Herek, profesor en la Universidad de California, en Davis, quien es uno de los principales investigadores sobre prejuicios contra minorías sexuales, revisó una serie de estudios y no encontró evidencia que respalde este prejuicio (3).


En estas mismas audiencias, el monseñor de Arecibo, Fernando Felice "aseguró" que había estudios científicos que demostraban que los homosexuales son más promiscuos que los heterosexuales. El religioso no fue capaz de presentar la evidencia que citaba cuando le fue solicitada por un legislador. Independientemente del mal papel del monseñor existe un peligro real cuando intentamos que se otorgue poder de ley a nuestros prejuicios, o que se limiten los derechos humanos de unos sectores porque no nos gusta lo que hacen.

La dignidad de todo ser humano debe ser respetada. Los derechos humanos están intrínsecamente relacionados con esta dignidad. Así lo ha determinado la Organización de Naciones Unidas en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, donde se establece que, “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
Por tanto, los derechos humanos no pueden estar determinados por prejuicios de la mayoría, ni de grupos particulares. Los sectores cristianos no tienen que estar de acuerdo con lo que las personas LGBT hacen, no tiene que agradarles, ni gustarles. Intentar impedir que puedan tener acceso a vidas dignas y respetables no es de cristianos reales. Tener prejuicios puede ser un defecto humano, pero intentar que los mismos se conviertan en leyes y que el estado reprima a los violadores es regresar a los tiempos de le edad media, es volver a quemar las brujas.